martes, 14 de diciembre de 2010

Miraflores (Lima) - Luis Carrillo (Día Uno)

Antes que empezara estaba viviendo en Miraflores. Era en típico chico con plata. Estudiaba en una universidad prestigiosa, aunque eso si, bastante lejos, aunque esa semana había faltado a todas mis clases. Aprovechando que mi madre había viajado, me estaba quedando en su apartamento con mi enamorada toda esa semana. Ah, cierto, mis pares estaban divorciados. Cuando le dije a mi padre que me quería quedar en casa de mi madre, se opuso. Pero cuando le dije que me iba a quedar con mi enamorada en esa casa, aceptó gustoso. Incluso me dio dinero "extra". Ella vivía sola en un apartamento cerca a la universidad, sus padres, en provincia, así que no sospecharon que su hija se estaba quedando conmigo. La convivencia fue bastante mejor de lo esperado. Ella era hermosa. En verdad estaba enamorado de esta chica. Y todo entre los dos estaba perfecto. Esto era como una "última prueba", y la estábamos superando.

Aún recuerdo esa mañana. Me había despertado por el sonido del televisor. Ella estaba ahí, a mi costado, tapada hasta el pecho con unas sabanas de flores, y veía una noticia sobre un incendio o un accidente por la vía expresa. Me dijo que estaba asustada, que habían entrado unos bomberos y que no habían salido, y que hubo un asunto con una niña medio extraña. La bese, le dije que no se preocupara, que era un típico accidente y que no se preocupara. Luego de eso el día fue normal. Nos bañamos, cocinamos, salimos y volvimos a la casa a eso de las 10 de la noche. Cuando vives con alguien cerca a el centro cultural que era el parque Kennedy y sus alrededores, sueles demorarte mucho. Lamentablemente faltaban 3 días para que vuelva mi madre, así que teníamos que aprovechar los días que nos quedaban. Pero ni bien llegamos, prendió la televisión y, para mi sorpresa, aún continuaban con esta noticia Hablaban de que la policía había cerrado el lugar y había cercado el área. Ella se asusto, pero le dije que no se preocupara, que todo estaría bien, y apagué el televisor. La abracé, ya acostados, y me preguntó si la defendería si algo malo llegaba a pasar. Le dije, sin tomar la pregunta muy en serio, que no dejaría que nada le pase.

Hasta ahora no me perdono por no cumplir esa promesa.

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